En momentos de crisis, es más válido hacer un inventario de herramientas mitigadoras que uno de pérdidas. Las pendejadas de la adultez nos hacen olvidar tenerle miedo a reinventarnos. Curioso que fue una niña de quién aprendí esto. Han pasado varios años desde que continúo levantándome del suelo, más que suficiente para apreciar la lección de vida que recibí y quisiera compartir con ustedes.
Vamos al año 2000, todo estaba saliendo hermoso, casi perfecto. Mi novia y yo con trabajo estable. Compramos nuestro primer carrito nuevo, al poco tiempo estábamos firmando el cierre de hipoteca en el banco. Mi negocito de jardinero estaba floreciendo y me hice de una camioneta, más equipo y hasta empleados. EL próximo paso fue la aventura de ser padres. Y a los tres meses de embarazo, todo se empezó a complicar…apresuradamente rápido.
Me quedé sin trabajo por una represalia completamente fuera de mi control. Mi esposa comenzó con complicaciones riesgosas de salud, el ambiente en el trabajo se comenzó a poner tan tenso que tuvo que abandonar sus funciones por orden médica. Las deudas se acumularon rápidamente y tuvimos que poner la casa en alquiler, devolver mi camioneta, vender mi equipo y mudarnos a casa de mis suegros.
¡Ah, y me olvidé decirles que me llamaron del tribunal porque tenía que cumplir como Jurado, obligación indelegable pero inoportuna! Para añadir a la mala suerte, al conectar el televisor en nuestro nuevo cuarto en casa de mis suegros, éste explotó en chispas y humo. Me desplomé frustrado entre maldiciones y lágrimas. Encima de la derrota, a mi primera visita como jurado, me confundieron con un reo, puesto que mi esposa me dejó planchado pantalón y camisa color khakis. El problema es que esos eran los colores de los confinados, así que mi conversación rompe hielo con los demás miembros del Jurado era convencerlos de que yo era uno de ellos.
Por varias semanas, mi único ingreso eran los $80.00 que me pagaban por asistir a corte. Mi esposa, estaba muy delicada de salud durante el embarazo y requería estar en cama, por lo que mi primera compra fue un pequeño televisor para reemplazar el que explotó y que ella no se aburriera. Fue aquí que ocurrió algo que va más allá de una mera coincidencia.
Una vez instalado el televisor, comencé a probar los canales de la caja de satélite cortesía de mi suegro. Me detengo en un documental que ya había comenzado y al momento se concentraba en la historia y relato de una niña de seis años sobreviviente de un incendio cuando bebé. La niña no tenía cabello, todo su cuerpo presentaba cicatrices de quemaduras, gran parte de su rostro tuvo que ser reconstruido con piel de su propia barriga, no tenía orejas, y no tenía dedos en una mano. Sin embargo, la victoria más hermosa se dibujaba en los azules ojos de esta niña al contar que próximamente, le harían una operación para ponerle orejas y se podría poner aretes. Quedé atónito.
Acá yo lamentando mi suerte, con pleno uso de mis facultades físicas y mentales me sentí miserablemente avergonzado por la lección de valentía de esta niña que celebraba un pequeño triunfo en una corta vida de solo agonía. Al día siguiente de cumplir con mi obligación de Jurado le expliqué mi situación a mis compañeros, quienes inmediatamente me consiguieron números, contactos y citas para entrevistas de empleo. Recuerdo que me dijeron, “Muchacho, si estás aquí es porque sabes inglés, ya tienes un pie en la puerta.” Agradecí la ayuda, a la vez que condené el orgullo que me mantuvo callado, pues en menos de una semana ya estaba en entrevista de trabajo en una reconocida cadena hotelera.
El trabajo una de las áreas de mayor estrés: el cuadro telefónico y servicio al cliente del hotel. Al principio dudé de mi dominio del inglés, puesto que muy pocas veces había tenido la oportunidad de practicarlo. Pero ya a este punto, mi actitud era de reinventarme, de atreverme, de buscar esa experiencia. Fueron tres extensas entrevistas, el cedazo para la posición era riguroso debido al alto grado de renuncias. Hasta que llegó la pregunta de cuándo quería comenzar. Pero aún faltaba comenzar, contestar correctamente la llamada donde el único libreto era el saludo, las situaciones a solucionar eran sorpresas de gran espectro.
Ya comenzando a trabajar, luego del entrenamiento no se me permitía contestar el teléfono sino simplemente observar. Pero yo quería demostrar y convencerme de que podía hacerlo. Hasta que un día, aproveché que había poco personal y mucho volumen de llamadas y contesté el teléfono bajo la mirada de pánico de mis supervisoras. Perfecto, mejor aún, personalizado y cumpliendo con los estándares de la compañía. El trabajo era fuerte.
Mi experiencia en la industria hotelera se extendió mucho más de lo que pensé. 10 años en los que aprendí, pregunté y me expuse para continuamente reinventarme y ser el mejor Gustavo que pudiera. Cambié de departamentos en la industria y colaboré con todas las áreas del hotel. (Desde reservaciones hasta lavandería). Si no fuera por la mencionada catarsis, posiblemente nunca hubiera tenido la oportunidad de practicar mi dominio del inglés, más aún, la oportunidad de mejorarlo. Les digo, hay una gran diferencia y sentido de orgullo entre un “no se” a un “estoy aprendiendo”. Escoge siempre la segunda opción.
Si hay algo que no puedo dejar de recomendar para sobresalir y asumir retos propios es lo siguiente: exposición, humildad de aprender, reconoce tu valor.
Exposición: En el trabajo significó no desaprovechar ninguna oportunidad de reto. Llamadas de clientes difíciles, yo las pedía. Voluntarios para reuniones con los gerentes, yo alzaba la mano. Traían un equipo nuevo, yo me estaba leyendo el manual. Todo esto se tradujo en que, desde el gerente general, los huéspedes platino y compañeros de trabajo saludaran preguntando por mí. ¿La pregunta “Where’s Gustavo?” en un fuerte acento alemán del gerente general, era ya casi un saludo. Para mí, un orgullo.
Humildad para aprender: Lo anterior, aún a los 30 años, no hubiese sido posible sin aprender, aprender con humildad y agradecimiento. Fue un muchacho de 18 años quién me enseñó a arreglar las líneas telefónicas, fue una joven de 18 quién me enseñó a entrar al sistema de reservaciones, fue un veterano de 70 años quién me enseñó a ordenar una mesa, descorchar un vino limpiamente y abrir una botella de champán de manera segura. Existe un gran sentido de orgullo y responsabilidad cuando alguien aprende de ti. Más importante aún la arrogancia inhibe el aprendizaje. Siempre se puede aprender algo nuevo, no importa de quién. Y pedir ayuda no es señal de debilidad, sino de autosuperación. Mi inglés mejoró increíblemente exigiéndole a mis compañeros de trabajo que habláramos solamente nuestro segundo lenguaje para que me corrigieran y ofrecieran sugerencias.
Reconoce tu valor: Algo que escucharán de Elis Martínez y Francisco Azcoitia mencionar, es la hermosa frase “valor añadido”. Al fin y al cabo, todos somos vendedores. ¿Si no te das cuenta de tus cualidades, cómo sabrías qué demostrar, enaltecer y mejorar de ti? Esto me permitió cambiar de distintos departamentos y no quedarme en la zona de comodidad. Reconoce que traes tú a la mesa. Ese extra que le añades al proceso es tu sello. Quizás nadie sea indispensable, pero lo que tú añades al proceso es inimitable.
Toda esta experiencia pudo fácilmente terminar como un lamento. La diferencia estuvo en volviendo a la Universidad. Esta vez, armado de valor y experiencia, para que el jardinero se convirtiera en profesor de inglés como segundo idioma. Eso será la próxima historia que les tengo.
Nos leemos en una próxima publicación.