Hace algunos años, como todos los adolescentes, me encontraba a punto de tomar la decisión más importante para el resto de mi vida laboral, escoger una carrera. Una que me ayudara a ganarme la vida de algún modo y que me permitiera “ser alguien”; bueno, al menos eso es lo que nos inculcan en todos lados cuando tenemos 18 años (recién graduados de la preparatoria). Todo parecía miel sobre hojuelas; un cuento de hadas… En un mundo aspiracional, rodeado de gente exitosa con la que, inevitablemente, me comparaba. Pensaba que todo era más simple, que bastaba con cumplir algunos requisitos, como si se tratara de llenar la solicitud para inscribirse en un gimnasio. Un buen día, después de varios semestres en la carrera, te das cuenta que la frase que nuestros abuelos decían, incansablemente, cobra sentido; “la imagen y el audio deben coincidir hijito…”, es una realidad. ¡Así la vida laboral me dio la bienvenida!
Déjame te cuento cómo y en dónde empezó todo. Por razones que, al día de hoy, todavía no termino de comprender, escogí estudiar Derecho. Una carrera que, la mayoría de la gente, asocia con “El Abogado”… Durante el proceso de aprendizaje (en la carrera), jamás tuve contacto con aspectos legales, solo me limitaba a comentar sobre el maravilloso y hermoso mundo de la abogacía que me esperaba afuera, los elevados ingresos típicos de la profesión, y los buenos contactos que ahí se podían gestar.
Con el paso de los años, me dí cuenta que no era lo que yo creía. Estudiar al menos ocho horas diarias, trabajar otras ocho o nueve más, (incluso en fines de semana), y el ingreso económico ni siquiera era lo suficiente para cubrir las colegiaturas; demasiado esfuerzo para tan poca plata. Pronto me desenamoré de mi carrera, a tal grado que en vez de trabajar en un despacho de abogados, comencé a vender productos químicos. De forma metódica trataba de cumplir todo lo que prometía durante la venta. Llegué a crecer y me dí cuenta que el trabajo de vendedor depende de la gracia y empatía, y que podía sobresalir tan solo con enfocar mi esfuerzo en la necesidad de los clientes y con ello solucionar mi futuro inmediato.
Cuando eres joven (no es que ahora no lo sea), quiero decir, más joven, no se es consciente del tiempo… El inevitable paso del tiempo. Pensamos que todo se da por ósmosis, de forma instantánea, error. Las metas deben establecerse a corto, mediano y largo plazo. Mi situación era que vivía en el corto plazo, ¡Qué digo!, en el inmediato plazo (con el beneficio de contar con suficiente dinero para aforar los compromisos pero con el abandonando de “una carrera”)… Comparaba mis ingresos como pasante de abogado versus lo que obtenía como vendedor y realmente no había punto de comparación.
Lo grave es que solo veía esa pequeña parte, olvidando por completo los buenos hábitos y disciplina, o adquirir conocimientos y (eventualmente) crecimiento… Todo para que en el futuro, entonces sí, cobrara por lo que sabía y no por lo que hacía.
Este es precisamente el punto al que quiero llegar. “Debes tener la claridad suficiente para entender cuál es el beneficio del esfuerzo, el entusiasmo y la dedicación…” ¿para qué?, ¿para crecer profesionalmente?, ¿para tener estabilidad, económicamente hablando?, ¿por qué?, en este orden de ideas quiero compartirte tres recomendaciones, y no importa si estás al comienzo de tu carrera (cualquiera que sea), si eres un experimentado vendedor, o si estás en el camino correcto para convertirte en el mejor: en un Vendedor Que Se Respeta.
Primero:
Olvida los aprendizajes en formato exprés. Difícilmente aprenderás “algo” con solo 40 palabras, en un formato de carrusel. Las redes sociales aportan valor, ¡sí!, pero solo momentáneamente. La idea es que generen interés, te hagan pensar y finalmente investigar. Solo si lo haces así, se convertirá en aprendizaje significativo.
Segundo:
Visualiza tus objetivos. Que sean específicos y medibles pero, sobre todo, alcanzables.
Tercero:
Nunca te compares. Si lo haces, que sea solo contigo mismo. Traza tus metas, no desvíes tu camino. Con voluntad y perseverancia, eventualmente lo lograrás.
El tiempo, como a mí, te dará la razón.